En los días de mi infancia conocí a una gran amiga. Vivía a la vuelta de mi casa, y nos divertíamos con juegos casi metafísicos que la imaginación nos permitía explorar. Nunca me cuestioné que físicamente mi amiga era distinta, es más, a través de mis ojos infantes, su físico no era un problema para pasar tardes enteras riendo, bailando o explorando un mundo hasta ese momento sin fronteras. A pesar que su lenguaje no era el más” óptimo", nos comunicábamos a la perfección, hasta paliábamos por algún intercambio de idea que duraba sólo hasta que se nos ocurría otro nuevo juego. Nuestras madres también eran amigas, por consecuencia yo acudía bastante a aquella casa a tomar el té o a escuchar el típico cagüineo de centro de madre. Para mi, era mi amiga que sólo por culpa de la distancia, el tiempo y las circunstancias, no volví a ver más.
Creo que pasaron más de nueve años que no sabía de ella, y un día lunes de un diciembre cualquiera acudí al diario como todas las mañanas; me encontré con una de las noticias más indignas que he leído el último tiempo.
Saber del mundo empresarial, también significa entender que echar a una persona sin ningún argumento válido, sin ningún motivo, sin ningún derecho, no significa cuidar la imagen de la empresa en sí, significa ensuciarla con actos de repugnancia humana. Nos encontramos frente a un casino con “personas” insertas en un mundo empresarial, que fueron a la universidad, que se les enseñaron valores, que tienen hijos y familia, que conocen aunque sea mínimamente que la discriminación es apuntada con el dedo a quien la practica, y que socialmente y gracias a Dios, no es tolerable la distinción de personas sólo por un problema genético que no lo hace ser menos ni más, sólo lo hace ser uno más.
Si yo con sólo 19 años puedo darme cuenta de aquello, me sorprende que personas que fueron capaces de construir y llevar a cabo un proyecto de gran envergadura, no sean capaces de razonar más allá de sus matemáticas y no sean capaces de aceptar otra realidad que no merece ser limitada por personas tan idiotas que tienen la vida literalmente comprada.
Creo que pasaron más de nueve años que no sabía de ella, y un día lunes de un diciembre cualquiera acudí al diario como todas las mañanas; me encontré con una de las noticias más indignas que he leído el último tiempo.
Saber del mundo empresarial, también significa entender que echar a una persona sin ningún argumento válido, sin ningún motivo, sin ningún derecho, no significa cuidar la imagen de la empresa en sí, significa ensuciarla con actos de repugnancia humana. Nos encontramos frente a un casino con “personas” insertas en un mundo empresarial, que fueron a la universidad, que se les enseñaron valores, que tienen hijos y familia, que conocen aunque sea mínimamente que la discriminación es apuntada con el dedo a quien la practica, y que socialmente y gracias a Dios, no es tolerable la distinción de personas sólo por un problema genético que no lo hace ser menos ni más, sólo lo hace ser uno más.
Si yo con sólo 19 años puedo darme cuenta de aquello, me sorprende que personas que fueron capaces de construir y llevar a cabo un proyecto de gran envergadura, no sean capaces de razonar más allá de sus matemáticas y no sean capaces de aceptar otra realidad que no merece ser limitada por personas tan idiotas que tienen la vida literalmente comprada.